1 de Mayo – Desatemos la tormenta revolucionaria

El 1 de Mayo es el día internacional de la clase obrera. Es un día de lucha contra el capitalismo desde su origen en el siglo XIX, inaugurado con la sangre de los obreros de Chicago en 1886 y proclamado como día de lucha mundial en 1889 por la, entonces revolucionaria, II Internacional, que agrupaba a los Partidos obreros marxistas.

Desde la Organización Comunista Revolución expresamos nuestra voluntad de potenciar la masividad y combatividad de las movilizaciones del 1 de Mayo, pero también de contribuir a fortalecer ideológicamente a nuestra clase. Para ello, aprovechamos la ocasión para realizar un análisis actualizado sobre la situación del capitalismo a nivel internacional y en el Estado español.

Para este análisis, es necesario entender antes lo fundamental sobre la forma actual del capitalismo: el imperialismo.

El imperialismo es la forma más desarrollada y, a la vez, más decadente del capitalismo. La competencia entre capitalistas en el siglo XIX y principios del XX llevó a que los más fuertes constituyeran monopolios capaces de dominar distintos mercados. Esta nueva clase de capitalistas, la oligarquía financiera, ha convertido a sus países de origen en verdaderas potencias imperialistas con poderosos Estados capaces de ayudarles a dominar a la inmensa mayoría del planeta mediante la exportación de capitales y la violencia abierta, a la vez que mantienen sometida a la mayoría trabajadora de la metrópolis imperialista con una combinación de anulación política, vigilancia y represión para una mayoría, y privilegios para una minoría.

Aunque la oligarquía financiera es más poderosa que su clase predecesora de grandes burgueses en libre-competencia, su poder ha crecido a costa de explotar a sectores cada vez mayores de la población mundial, convirtiéndose así en un gigante con pies de barro. De esta manera, encontramos tres contradicciones internas del imperialismo que debemos conocer para estar en posición de luchar de manera inteligente:

-El Frente Interior del imperialismo: el puñado de países que se desarrollaron hasta ser potencias imperialistas, entre los que se cuenta España. En ellos, el poder absoluto de la oligarquía financiera aliena y aplasta de manera irresoluble bajo el capitalismo a la clase obrera y otras capas trabajadoras y pequeño-burguesas, mientras utiliza los beneficios extraídos de los países dominados para mantener compradas y calladas a capas de la pequeña burguesía e incluso de la clase trabajadora. La tasa de ganancia cada vez menor que tienen los gigantescos monstruos que son los monopolios acrecienta la explotación, y el teatrillo democrático-burgués, atiborrado de privilegios e incapaz de apaciguar a la población trabajadora con reformas de calado, se distancia más y más de ella.

-El Frente Exterior del imperialismo: la inmensa mayoría de países, que son dominados de manera directa o indirecta por el capitalismo. En ellos, la oligarquía financiera injerta burocráticamente relaciones de producción capitalistas, mientras el país sigue siendo atrasado y dependiente, hasta el punto de ser semi-feudal en la mayoría de casos. En estos países la gestión del poder recae en manos de burgueses beneficiados por el imperialismo y terratenientes feudales en sus distintas formas (aristócratas, religiosos, señores de la guerra…). Así, se pone en contra no solo a la clase obrera y el campesinado, sino también a la mayoría de la pequeña burguesía y una parte de la burguesía media que quiere desarrollar el país y no puede hacerlo porque choca con los intereses imperialistas, la burguesía nacional.

-El Frente Interimperialista: la búsqueda de la máxima ganancia por parte de la oligarquía financiera de cada país y el desarrollo desigual del capitalismo en cada uno de estos países imperialistas lleva a que continuamente se dé una lucha por un nuevo reparto del mundo. Estos enfrentamientos entre imperialistas intensifican la explotación y agudizan la militarización de los Estados: conflictos diplomáticos que se traducen en desabastecimiento y bloqueos que padece la población trabajadora, guerras abiertas que rompen la burbuja de la paz burguesa.

En este artículo trataremos en primer lugar la situación en el frente exterior, después el interimperialista y, en tercer lugar, el frente interior, para poder pasar así a la situación en España, donde nos centraremos en analizar el carácter de clase del gobierno del PSOE-UP y los partidos que participan de él.

 

El frente exterior del imperialismo

El frente exterior del imperialismo lleva décadas siendo el centro de la tormenta revolucionaria. Hoy en día, es donde encontramos las luchas contra el capitalismo más avanzadas: las guerras populares dirigidas por Partidos Comunistas contra los Estados títere del imperialismo y la reacción feudal.

En Filipinas tiene lugar la Guerra Popular de más larga duración hasta la fecha. En 1968, unos pocos militantes comunistas bregados en la lucha de masas se desplazan a las zonas rurales del archipiélago filipino y reconstituyen el Partido Comunista de Filipinas (CPP, por sus siglas en inglés), que dirige al Nuevo Ejército del Pueblo (NPA, por sus siglas en inglés), que cumple 53 años.

Desde entonces, el CPP se ha convertido en el Partido de la revolución, dirigente de miles de soldados populares del NPA apoyados por decenas de miles de trabajadores y campesinos organizados en milicias y grupos de autodefensa. Luchan por la liberación de su país de las guerras del imperialismo y el feudalismo, estableciendo zonas liberadas en las que se lleva a cabo la revolución democrática: se reparte la tierra dominada por terratenientes feudales y por imperialistas, se expulsa a las autoridades del Estado títere, se establecen comités de poder popular y se educa a la población. Este poder popular se materializa a su más alto nivel en el Frente Nacional Democrático Popular, el frente unido de la revolución que encarna el nuevo poder que ha de sustituir al del Estado títere de los imperialistas, y que ya gobierna cerca de un tercio de Filipinas en la práctica. La actividad de lucha se extiende a las ciudades, donde es principal la lucha de masas militante.

La dirección de la Guerra Popular por parte del CPP ya precipitó el final de los regímenes de Marcos y de Estrada. La agudización de la lucha ha hecho que llegue a gestionar los intereses de los imperialistas el fascista Rodrigo Duterte, el típico gobernante lacayo que es servil con los imperialistas estadounidenses, chinos y japoneses que oprimen a su país, mientras se comporta como un asesino con su propio pueblo, lanzando ofensivas militares contra la Guerra Popular y contra los colectivos de lucha de las masas, mostrando en varias ocasiones su grado de degeneración, como al declarar que bombardearía escuelas aunque tuvieran niños dentro si en ellas se enseñaba a “rebelarse contra el Estado”.

El ensañamiento del ejército reaccionario del Estado filipino no ha podido con la Guerra Popular, que sigue en marcha, y la ofensiva sobre el campesinado y la clase obrera solo empuja a más gente a organizarse contra el Estado.

En la India encontramos la segunda mayor Guerra Popular en marcha actualmente. En la India se reconstituyó el Partido Comunista en 2004, mediante la fusión de dos importantes partidos comunista que ya formaban parte de la tradición de guerrilla campesina y lucha de masas contra el Estado indio, y que fundaron el Partido Comunista de la India (maoísta), el PCI(m).

El PCI(m) organizó la Guerra Popular, partiendo de la revolución anti-feudal en el campo, tomando mediante su ejército popular casi la mitad del territorio indio en cuestión de 5 a 10 años. El Estado indio, apoyado por sus amos imperialistas estadounidenses, organizó la contraofensiva con la operación Green Hunt en 2009 y eligió al gobierno fascista de Modhi, que consiguió hacer retroceder la Guerra Popular a una fase defensiva estratégica sitiándola en las zonas agrarias más atrasadas del país, donde la población campesina es más consciente de la explotación y el atraso productivo dificulta el acceso del ejército.

Desde entonces, la Guerra Popular ha vuelto a tomar fuerza precisamente gracias a las contradicciones irresolubles del imperialismo. El Estado indio perdió el control sobre la mitad de su territorio porque en la India coexisten grandes ciudades y negocios con áreas legadas a relaciones de producción feudales, en las que los imperialistas no tienen ningún interés. Para acceder con equipamiento militar a ciertas áreas del país hay requisitos de infraestructura que el Estado indio falla continuamente en crear: carreteras, redes de comunicación… Como resultado, el Ejército reaccionario del Estado indio se ve aislado en estas zonas como verdaderos invasores.

Además, el PCI(m) ha refinado su táctica de lucha en las ciudades, donde la lucha de masas es prioritaria frente a la lucha armada, dado que en ellas se concentra todo el poder del Estado reaccionario, y también su táctica de lucha por la liberación de las minorías nacionales y religiosas oprimidas por el Estado indio, que es supremacista hindú. Gracias a ello, la Guerra Popular en la India recupera terreno. A la vez, el Estado indio está llevando a cabo privatizaciones, reformas de la ley laboral y las leyes agrarias que preparan el terreno a una crisis económica de gran calibre, lo cual puede significar duros golpes para este Estado y es una oportunidad para los revolucionarios indios.

En Turquía el Partido Comunista de Turquía/Marxista-Leninista (TKP/ML) dirige también una Guerra Popular contra el Estado turco dirigido por el fascista Erdogan. Además de las áreas agrarias dominadas por los terratenientes y la explotación extrema de los trabajadores turcos que es común en una semicolonia, en Turquía hay una importante reserva directa de la revolución: la nación kurda, secularmente oprimida por el Estado turco.

El TKP/ML se fortaleció ideológicamente en 2019, tras depurarse de facciones que buscaban imponer una línea derechista. Gracias a ello, pudo tener un I Congreso como partido reorganizado, cosa que se ha traducido en hacer más sólida su práctica política.

Turquía demuestra cómo la naturaleza semifeudal de un país va más allá del número de personas que trabajan en la agricultura, pues la existencia de pueblos y aldeas subdesarrolladas se traduce en la existencia de clases trabajadoras no proletarias que van y vuelven de las ciudades, que constituyen enormes poblados chabolistas que son verdaderos polvorines… Y esto a su vez hace más intensa la explotación en las fábricas, pues el atraso social y tecnológico se refleja también en las empresas capitalistas que son la base de los grandes monopolios (sus proveedores, distribuidores, reparadores…) y termina presionando a la baja incluso a las empresas matriz que tienen técnicas más avanzadas.

Por último, en esta categoría encontramos a Perú, donde en los años 80 el Partido Comunista del Perú (PCP), dirigido por el Presidente Gonzalo, logró organizar la Guerra Popular que más cerca ha estado de tomar el poder en décadas, llegando a alcanzar la fase de equilibrio estratégico con el Estado, y empezó la revolución democrática en amplias áreas de uno de los países más pobres y atrasados de Latinoamérica.

Desgraciadamente, la contraofensiva militar del Estado peruano capturó a la dirección del PCP, incluyendo al Presidente Gonzalo, quien fue asesinado el año pasado, tras estar encarcelado e incomunicado desde 1992. Este duro golpe afectó notablemente a la Guerra Popular y al PCP, que se encuentra actualmente en fase de reorganización.

Entretanto, Perú sigue siendo un país extremadamente pobre, dominado principalmente por el imperialismo estadounidense. Recientemente fue elegido un gobierno reformista, el del partido Perú Libre, dirigido por el antiguo militante contrarrevolucionario Pedro Castillo, que representa a la facción burocrática (favorable a la inversión estatal) de la burguesía pro imperialista, y que pese a su discurso populista no ha dudado en permitir la liberación del genocida ex dictador Fujimori y reprimir a las masas que luchan. La reciente huelga de la población trabajadora contra el alza absurda de los precios que ha vivido Perú, mayor aún que la de España, muestra que la lucha no ha terminado en Perú como no ha terminado en ninguna otra parte del mundo.

Por otro lado, el imperialismo también despierta una importante lucha de clases en otras semicolonias, entre las que es interesante conocer algunas:

En Brasil, los comunistas maoístas del PCB(FV) luchan por la reconstitución del Partido Comunista de Brasil que pueda organizar la Guerra Popular en una de las semicolonias más importantes del mundo. En ese sentido, despliegan una amplia lucha de masas y centran gran parte de su actividad en el trabajo político con las masas campesinas. Comprobamos cómo la Liga de Campesinos Pobres (LCP) da duras luchas contra el Estado brasileño, arrebatando tierras a los terratenientes y multinacionales para las masas, mostrando el germen de la revolución democrática-nacional en Brasil.

El hecho de que todos los partidos comunistas que hemos mencionado hasta ahora plantean el marxismo-leninismo-maoísmo como etapa actual de la ciencia revolucionaria nos obliga a debatir esta cuestión con toda seriedad, que es lo que estamos haciendo actualmente en nuestra lucha de líneas organizada.

En el resto de Latinoamérica encontramos patrones similares: gobiernos reformistas representantes de una parte de la burguesía dependiente del imperialismo llegan al poder e intentan apaciguar a las masas sin éxito, como en Argentina y Chile, en otros países, como Colombia, se instauran gobiernos abiertamente reaccionarios, como el de Iván Duque. En ambos casos, las masas responden con duras luchas, y son reprimidas por ello.

En Palestina, las masas siguen luchando por todos los medios contra la salvaje política de colonización y exterminio del Estado sionista de Israel. Allí, el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP), que se reclama marxista-leninista, lleva décadas organizando la resistencia guerrillera a la ocupación a la vez que combate a los partidos palestinos vendidos, como Fatah. Esperamos que la cercanía del FPLP a Partidos Comunistas que están dirigiendo o tratando de iniciar Guerras Populares sirva para que traer avances políticos e ideológicos que lleven la lucha por la liberación de Palestina a un nuevo nivel.

En el Sáhara debemos recordar el duro retroceso que ha supuesto la absorción del Sáhara Occidental, ocupado ilegalmente por Marruecos, a su territorio como “autonomía” del Estado. Este movimiento expansionista del Estado marroquí ha sido apoyado por el Gobierno del PSOE-UP, que se ha quitado la careta de defensa de la nación saharaui que todavía mantenía.

En Ucrania, el imperialismo ruso ha llevado a cabo una guerra de invasión que es de sobra conocida en nuestro país. Naturalmente los medios de comunicación españoles, siendo España una potencia imperialista cercana a EEUU, han utilizado esta invasión para blanquear el imperialismo español y estadounidense, y naturalmente los Estados imperialistas occidentales intentarán aprovechar esta situación para seguir atrayendo a Ucrania a sus dominios, pero esto no hace que Rusia sea menos imperialista o que su invasión sea menos salvaje.

La invasión de Ucrania ya está mostrando cómo toda la cadena imperialista está interconectada: la exportación de capitales que hacen los imperialistas lleva a que las potencias imperialistas dependan de las semicolonias, y el desarrollo desigual hace que necesiten comerciar con otras potencias imperialistas. La guerra en Ucrania ha privado a España del suministro de algunos productos, como el petróleo o el aceite, acelerando el alza de precios que ya se venía arrastrando. El sufrimiento extremo del pueblo ucraniano también termina así por afectar a la clase obrera de las potencias imperialistas, que no se benefician de las incursiones de la oligarquía financiera.

Si bien somos una organización pequeña y nos es complicado aportar más análisis, es claro cómo el imperialismo sangra a la población de las semicolonias y colonias, empujándolas a la lucha, y cómo esta lucha es del interés de la clase obrera internacional.

 

El frente interimperialista

El frente inter-imperialista está extremadamente activo desde la crisis de 2008, que puso fin al placentero dominio casi incontestado que EEUU como superpotencia y sus aliados europeos, con Alemania, Reino Unido y Francia como potencias imperialistas de primer orden a la cabeza, llevaban a cabo.

Desde entonces otras dos grandes potencias han ido escalando:

Rusia como potencia imperialista de primer orden, pero con recursos y capacidad militar para ser una superpotencia, que ha ido incrementando su actividad, tratando de rodearse de un colchón de regímenes títere mediante intervenciones militares abiertas, siendo Ucrania la más reciente. Su desarrollo económico no le permite, sin embargo, competir realmente con EEUU ni establecer los lazos de dominio semicolonial a ese nivel, lo que hace que su forma de intervención imperialista sea muy explícita y evidente.

Internamente, esto se traduce en la retórica ultraconservadora y ultrachovinista de Putin, con algunos guiños al pasado soviético para ganarse al voto nostálgico, pero con un anticomunismo bien definido.

China como potencia socialimperialista, es decir, capitalista e imperialista, pero con un discurso y unas instituciones que pretenden hacerse pasar por socialistas, y todavía logran engañar a algunos revisionistas para que sean sus voceros. China está apostando por limitar mucho sus intervenciones militares, de momento limitadas a hacerse por la fuerza con territorios de otros países débiles cercanos, como parte del mar de Filipinas. Por el contrario, está enfocándose en extender su dominio semicolonial, disputando África, Asia y Latinoamérica a los EEUU, principalmente a través de acuerdos con gobiernos representantes de la burguesía burocrática (generalmente correspondientes a la izquierda burguesa), haciéndose con el control de recursos naturales o implantando monocultivos que desplazan al campesinado local, mientras mantiene un discurso pretendidamente antimilitarista y favorable al “mutuo desarrollo”.

Internamente, esto se ha fortalecido con la llegada al poder de Xi Jinping, que encarna a un sector que pretende fortalecer los monopolios burocráticos cercanos al Estado para dirigir mejor el ascenso de China a ser una superpotencia al nivel de los EEUU, mientras intenta constituir a marchas forzadas una “clase media China” que pueda ser comprada o, al menos, anulada políticamente. El ultrachovinismo de Xi Jinping y su discurso militarista dan a entender que la táctica del “imperialismo con guante de seda” podría estar cerca de llegar a su fin, en favor de una más agresiva.

Es de esperar que Rusia continúe tratando de expandirse por la fuerza a medida que pierde terreno en la esfera del dominio indirecto, y que China vaya creciendo en agresividad. Frente a ello, la oligarquía financiera de los EEUU aún está tratando de reajustar su táctica de dominio tras la pérdida progresiva de exclusividad que ha ido teniendo, y esto se ha traducido en el discurso proteccionista primero de Trump y actualmente de Biden.

Los choques entre estas potencias van a ser crecientes, esto es inevitable, y se van a traducir en conflictos diplomáticos, bloqueos y guerras que van a agudizar la explotación en toda la cadena imperialista.

 

El frente interior del imperialismo

En el interior de las potencias imperialistas la explotación crece a pasos agigantados. Los monopolios son cadenas muy costosas de mantener, que requieren enormes inversiones que no siempre dan grandes resultados, y que van creando una estructura burocrática y una cadena de burgueses y pequeño-burgueses dependientes que hacen la toma de decisiones empresariales cada vez más conservadora e ineficiente.

Esto se suma a que los monopolios pueden anular la competencia parcialmente, y todo junto lleva de manera natural al estancamiento económico, lo que hace difícil que los gobiernos de las potencias imperialistas tengan algo que repartir para calmar a la población, pues el margen de ganancia y, por tanto, las migajas que se pueden dejar caer, se hace más y más estrecho.

Aunque lo primero que las potencias imperialistas intentan es exprimir a sus colonias y semicolonias, llega un momento en que la lucha de los pueblos oprimidos de estos países dominados y los conflictos interimperialistas van haciendo que también esta fuente de riqueza se vaya agotando, o incluso se les vuelva en contra y provoque todavía más carestía entre la clase obrera de la metrópolis.

En todos estos casos los partidos burgueses aparcan sus diferencias y se unen, sea entre demagogia pacifista y lágrimas de cocodrilo como hace PCE-PODEMOS-IU cuando se manifiesta contra su propio Gobierno, sea con cinismo como hace el PSOE cuando da por muerta la causa saharaui, o sea con entusiasmo reconocido como el PP o VOX.

Además, las potencias imperialistas compran mercancías en un volumen proporcionalmente muy superior a las semicolonias donde se asientan gran parte de los procesos productivos, lo cual hace que nazcan enormes redes logísticas para trasladar esas mercancías. Esto, por un lado, continúa el ciclo de explotación en las potencias imperialistas y, por otro, todavía hace que el imperialismo sea más sensible a cualquier sacudida en la cadena, pues un problema en una parte del planeta llega rápidamente a todo el resto del mundo, como hemos visto con el COVID o con las crisis de desabastecimiento recientes.

Lo único que le queda entonces a la oligarquía financiera es ir tratando de tener más y más controlada a la población trabajadora de sus países, tanto haciéndola más productiva, como más vigilada políticamente. Dentro del trabajo se exprime a la plantilla, porque las operaciones que se quedan en las potencias imperialistas son habitualmente las más costosas y delicadas, en las que se juega mucho del beneficio final. Fuera del puesto de trabajo, la tendencia es a tratar de exprimirnos de nuevo, con un alza continua de precios a la que solo algunas plantillas pueden seguirle el ritmo con luchas por las subidas salariales.

Además, aunque se reduzca proporcionalmente la cantidad de gente que forma parte de la clase obrera productiva, quienes no forman parte de ella no es porque vayan a parar a las capas medias acomodadas de la pequeña burguesía o algunos empleados de cuello blanco. Por el contrario, pasan a ser trabajadores autónomos semi-proletarios que se ven obligados a vender su trabajo por una auténtica miseria, porque cubren el hueco que ninguna empresa quiere asumir a un coste normal.

El dominio incontestado de los monopolios es tan absoluto que aplasta incluso a la pequeña burguesía independiente, como los dueños de bares y pequeños comercios, que, aunque se ven arrastrados a menudo por el discurso demagógico de los partidos burgueses, ven cómo los bancos aprovechan su omnipotencia para sangrarles y les imponen normas de competencia que no pueden cumplir.

Todo ello lleva a que surjan miles de conflictos sociales cada día, tanto conflictos obreros como el de las recientes luchas obreras de Cádiz, hasta luchas de semi-proletarios y pequeñoburgueses como las que hemos visto en el reparto a domicilio, los taxis, los agricultores o, más recientemente, con la huelga de camioneros contra el alza de precios del combustible.

Cuando estos conflictos son pequeños y localizados, los partidos de la democracia burguesa pueden aparentar tener distintas posturas. Sin embargo, cuando estos conflictos escalan lo suficiente como para empezar a chocar con el Estado o desestabilizar de alguna manera los negocios, como en el caso del metal en Cádiz, los estibadores o la huelga de camioneros autónomos, todas estas diferencias se diluyen en la práctica. De repente, todos los partidos burgueses, con matices, desautorizan la lucha y la combaten.

Lo vimos con el Secretario General del PCE llamando a la calma a los obreros de Cádiz, con Yolanda Díaz de PCE-Podemos acusando de terrorismo a los camioneros, con el gobierno del PSOE-UP sacando las tanquetas contra los obreros de Cádiz y lo vemos en los casos de represión que se suceden cada año.

Este mismo esquema se repite en todas las potencias imperialistas que tienen una forma de Estado democrático-burguesa. La oligarquía financiera reina intocable, lo fundamental de la política económica, las libertades del pueblo, los derechos sociales… está fuera de debate, cae por su propio peso. Si gana la derecha, para dinamizar los negocios se promulgan medidas antipopulares. Como respuesta, termina ganando la izquierda, que matiza algunas de estas reformas si no hay crisis, o aprueba reformas todavía más atrevidas si hay crisis, a la vez que trata de desmovilizar a las capas populares diciendo que no hay alternativa, que se ha hecho todo lo que se ha podido.

En algunos este ciclo ha minado la credibilidad de la izquierda hasta hacerla irrelevante electoralmente, como ha pasado en Francia, donde sistemáticamente las presidenciales se juegan entre la derecha liberal y la ultraderecha.

 

El Estado español

España es una potencia imperialista de segundo orden, es decir, tiene una oligarquía financiera que se ha dotado de un aparato de Estado burocrático-militar moderno, que exporta capitales y que puede participar en las guerras imperialistas de rapiña. Si bien, lo hace en una posición de relativa debilidad entre las demás potencias imperialistas, no solo por detrás de superpotencias como EEUU o aspirantes a serlo como China, sino también de potencias como Alemania, Francia o Japón.

Como resultado, la burguesía española, en su mayoría inserta en las redes monopolistas y situada en el campo de la oligarquía financiera, es más débil económicamente. Respecto a otras potencias imperialistas europeas, España tiene más pequeñas y medianas empresas y éstas son más importantes para la producción.

En Alemania y Reino Unido las grandes empresas son 4 veces más numerosas en porcentaje que en España, y aportan casi el 50% del valor añadido total de la producción, mientras que en España no llegan a aportar el 40%. Aunque Francia también tiene una presencia de empresas pequeñas y medianas similar a España, su importancia para la economía es proporcionalmente menor.[1]

También se hace notar en el tipo de ocupación que llevan a cabo las empresas dentro del sector productivo, donde prevalecen actividades de rentabilidad rápida pero volátiles, como el turismo y hostelería o el sector inmobiliario y de la construcción, frente a potencias imperialistas más fuertes, en que la industria, el sector científico y el desarrollo de redes de comunicaciones lleva la delantera históricamente.[2] Esta falta de fuerza también se traduce en que, dentro del sector industrial falta diversificación: hay una situación de hipertrofia de un solo subsector, la automoción.[3]

Con este tipo de estructura, tras cada crisis económica del capitalismo la destrucción es más profunda y la recuperación es más lenta que en otras potencias imperialistas.

Esa debilidad de la burguesía no la pagan los burgueses, que siguen en su burbuja y solo tienen que pegarse a las iniciativas de la oligarquía financiera alemana o estadounidense, a la vez que tratan de exprimir un poco más a países de África, Asia y América Latina. Por el contrario, se traduce en una situación de mayor precariedad para la clase obrera del Estado español, con salarios más bajos en relación a los precios, trabajos más volátiles y unas tasas de desempleo ridículamente altas.

No solo es más difícil que la clase obrera se una y luche en empresas pequeñas o microempresas. Estas empresas pequeñas y microempresas, al tener un papel importante en la producción en su conjunto, también están más atadas a la oligarquía financiera y están “obligadas” a exprimir a sus trabajadores con más virulencia, porque los bancos y fondos de inversión van a ser más exigentes con sus condiciones a la hora de invertir en ellas en la medida en que se juegan más en este tipo de empresas altamente volátiles.

La tendencia natural en las potencias imperialistas a disminuir el peso relativo de trabajadores en el sector productivo, que es un resultado natural de que buena parte de nuestra burguesía y capas medias sean rentistas que pueden vivir de la explotación de semicolonias y colonias, se agrava en España al ser una potencia imperialista de segundo orden.

Esto lo vemos continuamente cuando, en momentos de estancamiento agravado como el actual, los monopolios de otras potencias imperialistas se repliegan cerca de sus países de origen, donde son más fuertes, como Nissan a Japón o empresas proveedoras como Pilkington a Italia[4], dejando tras de sí despidos masivos en España.

De nuevo, esto no significa que desaparezca la clase obrera industrial, que sigue existiendo y sigue aportando lo fundamental de la riqueza de la burguesía española, y sigue dando las batallas más duras y capaces de movilizar a todas las capas del pueblo contra el capital, como hemos visto recientemente en Cádiz.

Significa que surgen con más asiduidad los semi-proletarios o los pequeñoburgueses pobres, que tienen menos tendencia a agruparse en movimientos de lucha estructurados debido a su dispersión y, por tanto, van aguantando la explotación y el dominio de la oligarquía financiera como una olla a presión, hasta que estallan en forma de protesta sectorial, en forma de movilizaciones contra las políticas de vivienda o el coste de la vida, o en forma de disturbios por alguna política que termina siendo la gota que colma el vaso (una oleada represiva, una arbitrariedad del gobierno…).

La tendencia general del imperialismo en su frente interior, las potencias imperialistas, y las especificidades de España como potencia imperialista de segundo orden llevan a la situación que padecemos actualmente.

Por un lado, la inflación se ha desbocado, llevando a una subida de precios que, comparando entre 2020 y 2022 ha sido del 75% en la electricidad, el 18% en gas y calefacción, el 11% en transporte y el 7% en alimentación. Aunque esta subida se ha acelerado con la guerra en Ucrania, lo cierto es que ya se venía arrastrando desde antes, y a buen seguro la guerra servirá como excusa para que los precios no tengan que bajar más que a niveles de pre-guerra y pretender que demos las gracias.

A estas subidas extraordinarias hay que añadirles la gradual e imparable subida del precio de la vivienda, particularmente del alquiler, resultado de la concentración en las ciudades de capas trabajadoras con residencia cambiante y futuro incierto, sin capacidad para hipotecarse, combinada con el estancamiento del sector productivo, que lleva a la burguesía a tratar de invertir en actividades especulativas.

Combinando la inflación con el estancamiento económico, lo que los economistas burgueses llaman estanflación, nos encontramos cómo esta subida de precios adelanta con mucho a las subidas salariales. Es decir, la burguesía trata de aumentar su tasa de ganancia a costa de exprimirnos más intensamente, de aumentar la plusvalía absoluta que se nos extrae.

A esta pesadilla que está resultando ser el imperialismo se le suma un viejo fenómeno que ha reaparecido después de décadas: el desabastecimiento. Debido a la deslocalización de actividades de baja complejidad a semicolonias y a las tensiones inter-imperialistas, nos encontramos con la ridícula situación de que España, que es un país con buenas condiciones para la agricultura, no puede abastecerse de productos como el aceite de girasol porque los importa; o que, tras haber cerrado sus minas de carbón por no poder explotar lo suficiente a los mineros, ahora está planteándose el racionamiento energético para no castigar la producción porque tiene que importar todo su combustible.[5]

Para terminar, el fenómeno del desabastecimiento lleva ya meses haciéndose patente en el sector productivo: desabastecimiento de acero, de semiconductores e incluso de containers para trasladar la producción. Este desabastecimiento no es más que la sobreproducción capitalista bajo otra forma: tras la crisis de 2008 los fabricantes de la industria de la automatización, la electrónica y la electricidad fueron uno de los principales sectores que despuntaron, la nueva burbuja.

Empezaron a producir con grandes previsiones de crecimiento, cada capitalista por su lado, cada capitalista con sus previsiones y pretendiendo quedar el primero en la carrera. El resultado:  se han fabricado más máquinas y componentes electrónicos de los que es posible terminar, porque es imposible cumplir con los plazos de fabricación de semiconductores y transporte de estos productos. Si este sector empieza a registrar quiebres de empresas, esa puede ser la ficha de dominó que tumbe todas las demás y desate la nueva gran crisis del capitalismo que se está gestando.

 

El ala burguesa del movimiento obrero en España

No se puede concluir un análisis de cara al 1 de Mayo en España sin abordar la cuestión del gobierno “más progresista” y más hipócrita de la Historia de nuestro país. El Gobierno de PSOE-Unidas Podemos con el Partido “Comunista” de España como palmero.

Desde fuera el funcionamiento de este Gobierno ha quedado claro desde un principio: el PSOE transmite calma a los capitalistas, Podemos trata de transmitir calma a las capas más críticas de la clase trabajadora, se aprueban ataques directos contra la clase obrera o medidas cosméticas sin contenido, se finge una crisis gubernamental, Podemos da una pataleta, trata de salvar la cara como oposición responsable, continúa en el Gobierno y se pasa al siguiente ataque.

Una reforma de la reforma laboral patrocinada por la ministra “comunista” Yolanda Díaz que no revierte prácticamente ninguno de los ataques previos y que, además, convierte en estructurales los ERTE, los despidos temporales de la plantilla para ajustar las capacidades productivas a las necesidades de los capitalistas, a costa de nuestras vidas.

Unos presupuestos, “los más sociales de la Historia”, que no son capaces de compensar ni por asomo la situación estructural de pobreza de la clase obrera del Estado español, debida a los factores que hemos comentado en el apartado anterior. Estos presupuestos, por cierto, van en la línea de lo que gobiernos de centro-derecha liberal como el de Biden están realizando en otras potencias imperialistas: como el margen de cada capitalista para pagar salarios y beneficios sociales es cada vez menor y más gente trabaja fuera de las grandes cadenas monopolísticas, se trata de dejar caer unas últimas migajas a modo de programa anti-pobreza, disfrazado de grandes presupuestos sociales, pero que no pasan de ser muchas pequeñas limosnas.

Subidas en el coste de la vida escandalosos de los que ya hemos hablado y que ya hemos analizado con anterioridad en el caso de la luz y el alquiler[6]. Frente a ello, la política de PSOE y Podemos es hacer como que esos problemas no van con ellos, aprobando leyes cosméticas que tratan de enfangar la cuestión sin solucionarla, enredándola en la propia burocracia del Estado, como en la Ley de Vivienda, o aprobar reformas irrisorias que pagamos indirectamente con nuestros impuestos: bajar los precios de la luz bajando la recaudación, un descuento al combustible que se paga con la recaudación extra de la subida de los precios…

Una ley de universidades (LOSU) y una “ley de convivencia universitaria” que llevan la ley mordaza a las aulas a la vez que dan una vuelta de tuerca más al papel de la universidad como departamento de investigación y desarrollo de los grandes capitalistas en su conjunto.[7]

Y la Ley Mordaza que llegando a la recta final de la legislatura todavía no está derogada, ha sido aplicada con gusto por parte del Gobierno y cuya alternativa está aún en fase de redacción, no sabemos si para pasarle la pelota al siguiente gobierno, probablemente del PP y Vox, y poder llorar por ello, o para terminar sacando adelante una reforma que solo haga más eficiente la Ley Mordaza, dado que la tendencia que muestran PSOE y Podemos allá donde gobiernan es a exigir que todo lo que se quiera considerar “legítimo” tenga que pasar por mil y un cauces administrativos de participación ciudadana.

Todo esto no es casualidad, ni es exclusivo del Estado Español. En todas las potencias imperialistas hace más de un siglo que la socialdemocracia se convirtió en un partido burgués de base obrera, un partido político de Estado, dispuesto a gestionar los intereses de la oligarquía financiera, con un proyecto político basado en garantizar estabilidad social a los capitalistas a cambio de unas pocas reformas, que los capitalistas se podían permitir gracias a las superganancias imperialistas.

Pero las ganancias imperialistas tienden a escasear, y la socialdemocracia tiende a alienar a su propia base social, dado que los compromisos que adquiere con la oligarquía financiera también la alejan de grandes capas de la clase obrera, decepcionadas o desmotivadas, de manera que pierde capacidad de garantizar a la oligarquía financiera esa estabilidad social. Se va dotando de una estructura formada por políticos burgueses de carrera, rodeados por un armazón cada vez más fino de trabajadores y capas medias disciplinadas en el “mal menor” al implicarlas en la gestión de ayuntamientos o en la negociación sindical más pactista, que en España el PSOE consigue principalmente en la UGT.

Estos partidos socialdemócratas han terminado siendo máquinas de ganar elecciones dirigidas por políticos verdaderamente cínicos, que ya ni siquiera ofrecen programas de reformas, sino simplemente un “mal menor” que una parte de la clase obrera está dispuesta a apoyar electoralmente sin entusiasmo. Esto hace que el PSOE sea la primera opción electoral del proletariado en España después de la abstención, que sigue siendo la opción que más trabajadores concentra, cosa que muestra la falta de credibilidad de la democracia burguesa.

La degeneración de la socialdemocracia deja un hueco libre a su izquierda en la democracia burguesa, hace que una parte de la clase obrera y capas medias más críticas políticamente esté dispuesta a escuchar a Partidos que recuperan el viejo mantra de “presionar para obtener mejoras sociales desde la calle y el gobierno”. De esa manera es como los Estados capitalistas lograron atrapar en su juego a muchos Partidos Comunistas, convirtiéndose en Partidos revisionistas modernos, como el PCE con el eurocomunismo o con su política reformista actual.

Cuando la Unión Soviética revisionista que daba apoyo y credibilidad a esos Partidos Comunistas revisionistas se derrumbó, estos Partidos pasaron a la irrelevancia o mutaron, mantuvieron su fondo pequeñoburgués de partido reformista, pero abandonaron total o parcialmente su discurso revisionista en favor de un discurso más ecléctico de izquierda electoral. Es ahí donde hay que entender a Izquierda Unida primero y a Podemos después.

Y la misma degeneración política que aquejó a la socialdemocracia cuando se integró definitivamente en la gestión del Estado aqueja, a una escala menor, a los partidos revisionistas y reformistas que son parte del circo democrático-burgués. La misma falta de capacidad para sacar adelante reformas castiga a los reformistas “honestos” y premia a los cínicos, los trepas o los más conformistas, a la vez que aleja a su base social, cosa que todavía hace más fuerte el aparato burocrático de estos Partidos. Es por eso por lo que estos Partidos no pueden “ganarse para sus bases”, porque su existencia misma parte de un objetivo burgués y siempre va a dar una ventaja abrumadora a los que sean consecuentes con ese objetivo burgués.

Por muchos nombres que traten de reclutar de las luchas sociales, lo que les es más difícil cuanto más entran en la arena movediza del Estado, estos nombres terminan o bien desvinculados del proyecto o bien transformados o desenmascarados como vendeobreros. En el caso de los partidos reformistas más ligados al Estado, Podemos, IU y el PCE, no es extraño que sus candidatos tengan que confeccionarse un historial exagerado o directamente fantasioso de “méritos en la lucha social”, como conocerá cualquiera que haya tenido oportunidad de compartir movimientos de lucha con actuales representantes públicos reformistas.

Esta dinámica es estructural. La diferencia entre la socialdemocracia y los partidos de oposición revisionistas o reformistas es únicamente al sector de la clase obrera y otras capas trabajadoras al que quieran atraer al pozo de la democracia burguesa. A los trabajadores más imbuidos de ideología burguesa y más desmoralizados políticamente, la socialdemocracia sigue atrayéndolos al prometerles que, al menos, las cosas van a ir peor pero gestionadas por gente “como ellos”, como sus concejales de confianza. A los trabajadores más críticos, los partidos reformistas de izquierda y revisionistas les tratan de inculcar que se ha hecho todo lo que se ha podido, que con más votos a la próxima vez podrían hacer más.

En el capitalismo los reformistas siempre van a poder decir que no han hecho todo lo que querrían, mientras ellos dormitan en las cómodas instituciones democrático-burguesas sin prisa alguna, esperando el próximo batacazo electoral, mientras las y los trabajadores perdemos derechos. El Estado lo construyeron los capitalistas para asegurar su dominio de clase. Dejaron entrar a supuestos representantes del movimiento obrero porque sabían que les convenía, y la propia dinámica del capitalismo convierte en su lacayo a cualquier que entra en su Estado.

 

O con el capital o con la clase obrera. ¡Desatemos la tormenta revolucionaria!

 El capitalismo es miseria para la clase obrera. No hay alternativas dentro de él. Cada nueva invención, cada nuevo sector es una nueva huida hacia delante de los capitalistas, construida sobre todas las demás capas de putrefacción, miseria y estancamiento. Cada contradicción del capitalismo nos empuja a luchar, y vivir en un país rico no nos libra.

La socialdemocracia y los partidos reformistas/revisionistas van a seguir existiendo mientras exista el capitalismo. El capitalismo siempre va a necesitar alguien que trate de calmar, desmovilizar y desmoralizar a los trabajadores, sea consciente o inconscientemente. Su papel solo alarga la agonía, ya ni siquiera es capaz de sobornar a parte de nuestra clase con la rapiña imperialista, y sus programas de gasto social, economía colaborativa, ciudades verdes y democracia participativa solo significan limosnas insuficientes para tenernos callados, explotación laboral extrema, ciudades escaparate para los ricos y vigilancia e intromisión del Estado burgués en todos los aspectos de nuestra vida.

Las y los trabajadores necesitamos volver a contar con un Partido Comunista como el que tuvimos durante la II República y la Guerra Civil, necesitamos reconstruir un Partido Comunista revolucionario, que sepa reclutar a los mejores luchadores de la clase obrera y las capas populares para la revolución, para terminar con la dictadura de los burgueses y establecer el poder obrero, para terminar con la anarquía productiva capitalista y sustituirla por la socialización de los medios de producción, por el desarrollo socialista.

Cada trabajador consciente de la explotación capitalista debe tomar tarde o temprano una decisión: o está con el capital, o está con su clase, la clase obrera.

¡Con el capital o con la clase obrera!

¡Reconstruyamos el Partido Comunista!

¡Desatemos la tormenta revolucionaria!

 

Bibliografía

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[2] https://www.elconfidencial.com/economia/2021-12-21/sectores-espana-crece-mas-europa_3344973/

[3] https://www.eleconomista.es/nacional/noticias/10546267/05/20/Espana-sin-alternativas-a-turismo-construccion-automocion-y-comercio.html

[4] https://somosrevolucion.es/el-conflicto-en-nsg-pilkington-y-porque-la-burguesia-nunca-pierde/

[5] https://elpais.com/internacional/2022-04-17/europa-teme-un-racionamiento-energetico-si-la-guerra-de-ucrania-aboca-al-corte-del-gas-ruso.html

[6] https://somosrevolucion.es/subida-de-la-luz-los-capitalistas-mandan-su-gobierno-ejecuta/ y https://somosrevolucion.es/la-ley-de-vivienda-otra-traicion-del-gobierno-a-la-clase-obrera/

[7] https://somosrevolucion.es/dos-caras-de-la-misma-moneda-la-venta-de-la-universidad-publica-y-la-represion-del-estado/