Los datos de 2021 nos muestran que, la violencia machista, lejos de acabarse, ha terminado con la vida de 78 mujeres, mientras que, a 19 de febrero ya son 12 las mujeres asesinadas este año. Esta es una realidad que no va a cambiar a pesar de que nos anuncien a bombo y platillo los pactos contra la violencia de género o el presupuesto destinado a ello.
El 27% de las mujeres de entre 17 y 49 años que ha estado alguna vez en pareja ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja alguna vez en su vida. Además, 1 de cada 7 mujeres (13%) ha sufrido violencia en el último año por parte de su pareja.
Desde nuestro gobierno se alardea de la partida presupuestaria de 307 millones de euros para la erradicación de la violencia de género, así como de la consolidación del servicio del 016, que registró un incremento del 35,47% respecto a Enero del 2021. ¿Son estás medidas suficientes para erradicar definitivamente la violencia machista? ¿Necesitamos una educación diferente y varias generaciones para comenzar a ver los resultados de estas medidas? Nosotras sabemos que no.
La cara de la moneda que no se nos muestra esconde todas las dificultades que encontramos a la hora de aplicar la Ley Integral de protección contra la violencia de género. Por una parte, el presupuesto del que depende siempre va a estar sujeto al cambio de legislaturas o a las crisis económicas, que harán que el gasto social se vea reducido por parte del Estado, por lo que no tenemos una garantía de que este presupuesto aumente o siquiera se mantenga.
Debemos entender que no es casualidad que las medidas ofrecidas por el gobierno para paliar dichas desigualdades sean insuficientes, que no se lleguen a aplicar ni reciban un seguimiento para comprobar hacia dónde va el dinero o si resultan efectivas.
España, al ser un país imperialista de segundo orden no puede permitirse tener unos índices excesivamente elevados de violencia contra la mujer ya que sería un indicador de inestabilidad del Estado, por lo que la adopción de medidas para ello está asegurada, aunque como acabamos de analizar, siempre serán insuficientes.
Pero si vamos un paso más allá, nos daremos cuenta de que estás medidas siempre serán insuficientes si entendemos que el patriarcado es funcional al capitalismo, ya que éste se beneficia de la situación de desigualdad de las mujeres y de la división sexual del trabajo. El Estado español, al representar los intereses de la oligarquía financiera, no tiene interés real en acabar con dicha lacra porque ello supondría ir en contra de sus propios intereses.
Actualmente, las mujeres seguimos soportando una brecha salarial del 23 por ciento, dato que se mantiene estancado como mínimo desde el 2008 y que se ha visto acentuado debido al repunte provocado tras la crisis del covid-19. Además, las mujeres seguimos ostentando los mayores niveles de contratación temporal y contratación a tiempo parcial para poder “conciliar” vida laboral y familiar.
Por otra parte, somos quienes más nos acogemos a la opción de teletrabajar para poder seguir cuidando de niños y personas dependientes, otro dato que demuestra que nuestra labor en la sociedad es doble, ya que somos quienes nos encargamos de la reposición y reproducción de la mano de obra, es decir, de criar a los hijos que serán la futura fuerza de trabajo, así como de ofrecer todos los cuidados necesarios a la fuerza de trabajo ya existente para que pueda seguir siendo explotada en condiciones óptimas, así como de trabajar fuera del hogar pero con un salario y unas condiciones siempre menores a las de los hombres, siendo esto otra traba para nuestra independencia económica.
Por tanto, no podemos decir que la discriminación laboral se vaya a solventar con un paquete de medidas, sino que ésta existe principalmente porque para un mismo tipo de empleo, las mujeres suelen encontrarse en situación de temporalidad y parcialidad.
Debemos posicionarnos en contra de cualquier discurso que provenga de elementos reformistas que nos prometan acabar con la violencia de género en cualquiera de sus formas, ya que esto nunca ha sucedido ni podrá suceder mientras vivamos bajo un sistema capitalista que se aprovecha de un patriarcado fuertemente consolidado.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que estas concesiones que le arrancamos al Estado con nuestra lucha, como los presupuestos para acabar con la Violencia de Género, o las casas de acogida para mujeres maltratadas, no son permanentes. Es decir, que igual que vienen, se pueden ir, ya que no tenemos la garantía de que estén aseguradas. Sabemos que en momentos de crisis o cambios de legislatura uno de los principales golpes que recibimos la clase trabajadora se da en el gasto social o en gasto que repercuta, en general, en nuestro bienestar y calidad de vida.
El reformismo es incapaz siquiera de mejorar mínimamente nuestras condiciones o aliviar ligeramente nuestra opresión, y bajo el Estado capitalista no caben las demandas de la mujer obrera, ni tenemos ninguna garantía de que las conquistas que consigamos bajo este vayan a estar garantizadas, es por esto que reivindicamos que para liberar a la mujer obrera de la doble explotación a la que está sometida, como mujer por una parte, y como trabajadora por otra, debemos destruir el Estado capitalista, aniquilar su aparato represivo, enfrentarnos a sus representantes de “izquierda” y derecha, y a toda clase de reaccionarios que luchen por su conservación.
Pero esto no se reduce a la reacción abierta o fácilmente identificable, esta tarea pasa por todo movimiento de masas, ninguno queda al margen de la lucha de clases, y el feminismo no es excepción de esto, debemos hacer frente a todos aquellos elementos que renuncien a las demandas de las mujeres obreras o reclamen demandas ajenas, de la mujer burguesa (como la mayor representación al frente del Estado, en su aparato represivo o en los consejos de administración empresariales), que promuevan posiciones conciliadoras con el Estado o con el enemigo inmediato en una determinada lucha, rebajen la combatividad del movimiento o entorpezcan sus propósitos. Ante estas posiciones debemos de alzar las demandas de las mujeres de clase trabajadora y la justa rebelión sin medias tintas.
Las posturas reaccionarias dentro del feminismo han tomado especial relevancia en la ofensiva contra las mujeres trans, ataques a los que se suma también la reacción dentro del movimiento comunista. Estos ataques, apoyados normalmente en una interpretación reduccionista del materialismo, que ignora las relaciones sociales existentes (“materialismo es lo que se puede tocar”), perpetúan la institución de la familia, pilar fundamental del capitalismo y de todo sistema de clases, y constituyen una amenaza para una parte de las más oprimidas de las masas. Debemos confrontar firmemente esta ofensiva, defender los derechos que han conseguido las mujeres trans, su legítima participación en los espacios organizativos de mujeres en condiciones seguras, y las reivindicaciones de las mujeres trans obreras. La posición revolucionaria está con la liberación trans, que de igual forma, es imposible bajo este Estado.
Para acabar con el capitalismo y el patriarcado tenemos que organizarnos para tomar el poder mediante la revolución socialista, estableciendo un Estado proletario, de la clase obrera y para la clase obrera, para organizar la sociedad en base a nuestras necesidades, en camino a acabar con las clases, a la extinción del Estado y al fin de toda opresión.