Introducción
Para el día del 14 de Abril, aniversario de la instauración de la II República, consideramos que, como revolucionarios, es necesario aportar un análisis en torno a esta cuestión y las implicaciones políticas e históricas que ha tenido y tiene para las fuerzas revolucionarias del Estado Español.
La República es reivindicada por un amplio espectro de fuerzas políticas de formas muy distintas. Desde la defensa más cínica y abstracta la socialdemocracia del PSOE y su “espíritu republicano”; pasando por el republicanismo del reformismo de Podemos e IU y hasta una concepción estratégica de la República Federal como etapa de ruptura democrática popular en un proceso hacia el Socialismo por parte de algunas organizaciones comunistas.
En este artículo vamos a tocar las cuestiones que consideramos fundamentales para el avance político el MCE:
- Primeramente, analizaremos el carácter de la II República, de cara a romper con los tópicos folcloristas que persisten en el MCE.
- Podremos de relevancia el papel del único partido comunista de referencia que ha existido en España, el PCE. Veremos cómo se aplicó la táctica del Frente Popular en el contexto de guerra popular antifascista y las aportaciones políticas que se hicieron durante este período.
- Tal como el PCE fue un partido de referencia, analizaremos cómo pasó a convertirse en un partido revisionista y consecuentemente reformista, estableciendo ligazón con la deriva revisionista del PCUS.
- La posición respecto la forma que tiene que tomar la Revolución en España es de vital importancia dentro del Movimiento Comunista, ya que una estrategia etapista e indefinida lleva, como mínimo, al estancamiento político y, en el caso concreto de nuestro país, el legado republicano tiene que ver con algunas posturas dentro de esta cuestión.
Así pues, haremos un análisis crítico de este legado republicano tan presente en nuestro país, no solo para identificar aciertos y errores del pasado que permitan hacer avanzar nuestra posición política sino, especialmente, para esclarecer cuál debe ser la posición política respecto a la República en el campo revolucionario.
La España del siglo XIX
España entró en la edad contemporánea como un antiguo imperio agotado. La Monarquía Hispánica, primero con los Austrias y luego con los Borbones, encarnó el proyecto de uno de los primeros imperios de la etapa moderna, de base feudal y mercantilista. Al contrario que en Inglaterra, donde el capitalismo mercantil favoreció la acumulación originaria del capital, fortaleciendo a la burguesía, el Imperio Hispánico se caracterizó por mantener una aristocracia poderosa y estable frente a la burguesía.
En el siglo XIX España quedará atrás en la construcción de su proyecto imperialista. A la pérdida del grueso de territorios iberoamericanos a principios de siglo se le sumarán las de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam tras la guerra hispano-estadounidense de 1898. El “Desastre del 98” fue un ejemplo más de cómo las nuevas potencias capitalistas presionaban a sangre y fuego para ampliar el área de influencia donde poder exportar sus capitales en la acelerada carrera de rapiña que supuso la aparición del capitalismo decimonónico. Pero también muestra el retraso en el desarrollo del capitalismo español y sus dificultades en la absorción de las relaciones feudales de producción, que condicionó el desigual desarrollo del proceso de construcción nacional, coexistiendo y oprimiendo a las naciones periféricas, cuyas burguesías estaban comenzando a construir proyectos políticos propios.
Durante las siguientes décadas, los distintos gobiernos intentaron salvaguardar los restos del imperialismo español en el norte de Marruecos, el Rif. Esto se realizó a costa del agotamiento económico, el descrédito político y el reclutamiento forzoso de reservistas pertenecientes a la clase obrera, provocando eventuales levantamientos populares como el de la Semana Trágica de Barcelona.
La II República
La II República nació del hartazgo de las masas con el estancamiento y corrupción de la España cacique y atrasada, pero a fin de cuentas imperialista, de finales del XIX principios del XX. No obstante, igual que Lenin explicó para el caso del Imperio Ruso, entrados en la época imperialista, una revolución democrático-burguesa ya no podía ser completa sin romper con el capitalismo, puesto que la burguesía liberal en la fase imperialista tenía demasiado interés por asegurar su acumulación de capital frente a competidores extranjeros para evitar caer en la dependencia, cosa que la llevaba inevitablemente a acabar conciliando con la aristocracia feudal para poder convertirse en oligarquía financiera.
A lo largo de la breve historia de la II República podemos identificar a 3 sectores que jugaron un papel esencial en su desarrollo político:
- La antigua aristocracia, terratenientes e Iglesia católica y parte de la nueva burguesía urbana y rural. Estos estarían representados principalmente por la CEDA. que veía con malos ojos el caos republicano;
- La burguesía liberal, representada por los partidos republicanos progresistas como Izquierda Republicana, aspiraba a un modelo republicano inspirado en Francia. Aunque de palabra decía querer llevar a término la revolución democrática, no dudaba en reprimir con dureza el descontrol que le suponían los levantamientos y protestas obreras mientras mostraba mayor suavidad con los boicots y conspiraciones de la aristocracia y el resto de sectores reaccionarios.
- La socialdemocracia, representada por el PSOE, contaba con importantes sectores entre su base cercanos a las ideas revolucionarias, especialmente entre los jóvenes y los nuevos militantes. A pesar de esto, era ya un Partido burgués de base obrera, que había colaborado con la dictadura de Primo de Rivera y que solo utilizaba la rabia y la movilización de sus bases más radicales como forma de presión política para conseguir reformas que acababan aplicándose con muchas limitaciones.
Por otra parte, la naciente oligarquía financiera, al inicio de la República fue apoyada por la burguesía liberal y la antigua aristocracia. Establece una tolerancia con la socialdemocracia del PSOE, que dejó claro el papel que jugaba tras el apoyo de la Dictadura de Primo de Rivera; a pesar de que consiguiera la movilización de sus bases, se trataba de un mal menor para el desarrollo de la oligarquía.
Con todo, la construcción imperialista de España nacía con retraso y claros signos de debilidad marcados por los persistentes posos de semifeudalidad, el escaso desarrollo de las fuerzas productivas respecto a Europa y unos dominios imperialistas limitados o en retroceso. A eso se añadían las frecuentes protestas y movilizaciones de los trabajadores del campo y la ciudad, con gran influencia de la experiencia bolchevique y las ideas anarquistas, que veían como sus condiciones de miseria se mantenían frente a la pasividad y los titubeos de la República. La suma de estos factores generaba especial preocupación entre los elementos más reaccionarios, que veían difícil construir un proyecto imperialista sólido con una democracia burguesa tan atravesada por la conflictividad social, y que temían perder parte de sus privilegios en el proceso gradual de absorción de la aristocracia para ser parte de la burguesía que se estaba dando en toda Europa.
Esta inestabilidad se demostró con la insurrección de Octubre del 34, donde las masas obreras demostraron su voluntad de luchar. Sin embargo, también se demostró la debilidad subjetiva del proletariado, la división entre proletarios y campesinos, y el carácter oportunista del PSOE, que solo quería usar la insurrección como órdago para negar la entrada de ministros de la CEDA al Gobierno. Respecto a esta cuestión, muchos historiadores se han preguntado por qué un partido que estuvo en el gobierno hasta 1933 lideró un intento insurreccional apenas un año después. Y, a pesar de que hay división en los análisis sobre los motivos, prácticamente todos están de acuerdo en una cuestión esencial: el PSOE no pretendía llevar a cabo una revolución obrera exitosa ni se había preparado para ello con una mínima seriedad.
La Guerra Civil, el Frente Popular y la transformación de la República
La derrota de la insurrección de Octubre de 1934 abrió una nueva etapa marcada por la dura represión al movimiento obrero combinando el aparato estatal y las nacientes fuerzas de choque fascistas. El PCE, que ya había rectificado los errores izquierdistas de la etapa de Bullejos, se lanzó a una táctica de unidad antifascista, el Frente Popular, promovida por la III Internacional Comunista.
El Partido Comunista de España, ya en 1935, analizó que esta prevalencia constante de políticas ultrarrepresivas y abiertamente contrarrevolucionarias en el seno del Gobierno burgués, llevaría a un cambió en la forma de ejercer el poder estatal: teniendo en cuenta que el fascismo es el poder del capital financiero, la oligarquía y sus apoyos (aristócratas, clero, terratenientes, etc.) prescindirán de la democracia burguesa para entrar en la dictadura terrorista abierta. En este contexto, el PCE lanza la táctica del frente popular antifascista, bajo un programa común. “El Frente Popular es la expresión viva de la concentración de las fuerzas obreras y democráticas de España frente a la otra concentración: la de la España del pasado.” (José Díaz)
El análisis del PCE demostró ser correcto y el 18 de Julio de 1936 estalló la sublevación fascista, que estableció órganos que serían el embrión del Estado Fascista. Los imperialistas y las clases reaccionarias rompieron con el Gobierno de la República para alinearse con este futuro Estado fascista, cambiando, así, el carácter de ésta. Durante la guerra, se constituyeron dos estados en pugna: la España reaccionaria de la zona fascista y la España popular y republicana.
Con todo esto, el papel del PCE no fue el de participar en una guerra civil de defensa del gobierno anterior republicano, sino que supieron aprovechar las contradicciones para convertirla en una guerra popular antifascista que empezaría una revolución democrática, reconociendo explícitamente que la guerra y la revolución eran indivisibles: “Nuestro partido trabaja sin descanso, haciendo todos los esfuerzos y sacrificios necesarios para ganar la guerra, porque ganando la guerra -y yo no creo que sea necesario repetido muchas veces-, hemos ganado la revolución. Si no se gana la guerra, no hay revolución posible. Ambas cosas son inseparables” (José Díaz)
“Y yo pregunto: ¿no es esto lo que se está realizando en España? ¿Es que el hacer la revolución se puede separar de ganar la guerra, o del mismo desarrollo de la guerra? Cuando se habla de que no se quiere hacer la revolución, al mismo tiempo que la guerra, yo pregunto: ¿dónde están en nuestro territorio los grandes terratenientes, los grandes capitalistas, los grandes banqueros, dónde están aquellos que se han levantado contra la República, contra el pueblo? ¿Es que todavía los grandes industriales sublevados contra el pueblo siguen siendo dueños de las fábricas? No, han desaparecido, y esas fábricas que deben pasar a manos del Estado, están en manos de los obreros, controladas por los sindicatos que, desgraciadamente, en muchas fábricas, lo hacen bastante mal. ¿Esto no es hacer la revolución? ¿Éstas no son conquistas democráticas, revolucionarias?” (José Díaz)
Con esto, las transformaciones que trajeron a la II República durante la guerra las conquistas de la revolución democrática fueron las siguientes:
La oligarquía financiera y la antigua aristocracia estaban en territorio franquista, por lo que buena parte de las tierras y fábricas pasaron a ser propiedad estatal o a estar controladas por los sindicatos. No solo eso, se defendió que fueran las propias capas populares las que decidieran las formas de organizar la producción, siempre que esta respondiera a las necesidades de la guerra, combatiendo el oportunismo y el boikot de algunos sectores anarquistas y socialdemócratas que desviaban fondos, armas y recursos del frente a la retaguardia para realizar su supuesta “revolución” debilitando la lucha abierta contra el enemigo principal, el fascismo.
También se contempló la liberación de las colonias españolas, pero no llegó a suceder ya que estas cayeron en manos de los fascistas. Hay que tener en cuenta que el Frente Popular en estas zonas contaba con una gran debilidad y que, además, las políticas colonialistas del Gobierno de la II República no trajeron ninguna mejora para la población nativa, provocando un clima de descontento.
A esto se le sumaban la creación de milicias obreras armadas y, posteriormente, de un Ejército Popular con comisariado general político, con base y organización obrera, con dirección comunista, en un contexto de claro debilitamiento del Estado burgués, que necesitaba la fuerza de los obreros armados como última oportunidad para defender sus restos.
A raíz de lo anterior, otra de las instituciones que conformaban el Estado burgués que era la II República antes de la guerra civil, también se debilitó. La legalidad burguesa de los territorios republicanos se fue desmantelando, debido a la fuerza política de los comités de base del Frente Popular y el Ejército, que debía velar por mantener las conquistas democráticas que se iban sucediendo.
La evolución de esta táctica en un contexto de victoria republicana, que no llegó a materializarse, habría conducido a un escenario en el que obreros y campesinos controlaban los medios de producción, apoyados por un ejército de nuevo tipo y con una clara hegemonía del PCE. Esto habría facilitado que el proceso revolucionario avanzase hacia una consolidación del poder obrero, como planteaban los comunistas, transformando la República “de todas las clases” en una “república de los trabajadores”.
La línea política del PCE tras la guerra
Tras la heroica e intensa lucha que supuso la Guerra Civil, la dirección política del PCE quedó esparcida entre Hispanoamérica, Francia y la URSS, sin apenas contacto durante años con los distintos conatos de reorganización del Partido que se estaban dando en el interior del país. Además, la enfermedad de José Díaz se fue agudizando y el Partido quedó en manos de Dolores Ibárruri y de Santiago Carrillo, dirigentes que habían demostrado su capacidad de dirección política, pero con una reconocida falta de formación ideológica.
Con el estallido de la 2ª Guerra Mundial, la dirección del PCE lo apostó todo a que el progresivo desarrollo de la guerra desembocara en una intervención aliada en España y la restauración de la República. Dentro de esa línea se planteó una política de unidad de todas las fuerzas antifranquistas, monárquicas o republicanas, a través de la Unión Nacional Española (UNE), aunque su alcance fue bastante limitado; y la fallida invasión del valle de Arán en 1944.
A esto se sumaba la falta de definición de la estrategia revolucionaria para las democracias imperialistas occidentales, en algunos de los cuales los comunistas habían ganado el prestigio de ser los principales protagonistas de la resistencia contra el fascismo durante la guerra. Esta falta de definición estratégica, sumada a las tendencias derechistas del PCI y el PCF, ya había generado críticas de la Kominform a los partidos comunistas de Italia y Francia.
Además, esta tendencia se vio enormemente agravada pocos años después con el golpe de estado revisionista en la URSS y la llegada al poder de Jrushchov y su camarilla. Todo esto se termina traduciendo en que, primero, se revise la tesis del Frente Popular hasta ser cada vez más una abstracción reformista de “lucha por la democracia y la libertad”, y luego es abandonado el discurso de la continuidad republicana. La llegada de Jrushchov al poder no solo supuso el punto de partida de la reinstauración del capitalismo en la URSS, sino que fomentó en el movimiento comunista internacional ideas claramente revisionistas, como la coexistencia pacífica con las potencias capitalistas o la legitimidad del electoralismo como una vía válida para llegar al socialismo, lo cual facilitó el giro derechista de muchos partidos comunistas, incluido el PCE, con algunos de sus dirigentes más destacados en exilio pagado por la URSS de Jrushchov, quedando estrechamente vinculados con el revisionismo y alejados del desarrollo de la lucha de clases en el país.
La línea de los comunistas durante el franquismo
El franquismo retomó el proceso de construcción imperialista española de manera estable, con el corporativismo de Falange y el desarrollismo del Opus Dei. Poco a poco absorbió a la aristocracia en las relaciones capitalistas de producción garantizando por el camino sus privilegios, cosa que fue posible precisamente porque España ya era un país imperialista en que el capitalismo no había venido injertado burocráticamente desde fuera.
En 1956 el PCE dio un giro de línea, planteando la táctica de la Reconciliación Nacional. Pasados 20 años del inicio de la guerra, esta política se basaba en dos premisas reales: en España estaba creciendo una nueva generación que no había vivido el conflicto y el franquismo había perdido a una parte de su base social, especialmente entre monárquicos y liberales. El problema es que la propuesta política que plantean en consecuencia está atravesada por una lógica plenamente revisionista, al calor de los giros ideológicos que planteaba Jrushchov. Se basaba en la unidad amplia de todas las fuerzas antifranquistas en un frente nacional para una ruptura pacífica con el franquismo y la creación de una democracia burguesa (sin precisar si con el carácter de monarquía o república).
La deriva ideológica del PCE, que empezó con la Reconciliación Nacional hasta evolucionar al eurocomunismo, provocó con el tiempo la creación de nuevos partidos antirrevisionistas. El primero, y uno de los más importantes, fue el PCE (m-l), que adoptó el programa de la revolución democrática de los años 30, sin actualizarlo en base a los cambios estructurales que estaba viviendo el país. En base a los Pactos de Madrid de 1953 que suponen la instauración de cuatro bases estadounidenses en España y su consolidación en el bloque occidental, analizan que España es, supuestamente, un país dominado por el imperialismo yanqui al que hay que liberar. Esto los lleva a convertir, a nivel estratégico, la revolución democrática en una revolución democrática-nacional. Sin embargo, este análisis obvia que España se estaba convirtiendo en una potencia imperialista de segundo orden, en un proceso de reconstrucción de sus monopolios apoyados por el estado franquista. Aunque se tratase de un proceso largo, el empobrecimiento después de la guerra civil fue un mal necesario para que, una vez limpiado el país de amenazas revolucionarias, estos monopolios pudiesen restaurarse de nuevo, ya que en España el capitalismo había evolucionado a su fase imperialista.
A esto hay que sumarle que la línea de la revolución democrática, en muchos casos, hacía demasiado hincapié en la continuidad con una II República que ni tenía un significado profundo para parte de las masas, ni era realmente representativa de lo que realmente había sido la II República como Estado burgués. Esto, en buena parte, se debía al cambio generacional, pero también al genocidio por motivos ideológicos y la represión perpetrados por el franquismo entre los sectores más conscientes y el consecuente exilio entre los que consiguieron salvarse. De esta manera, que sí servía para diferenciarse el PCE y su claudicación con la monarquía, no conectaba bien con gran parte de las masas objetivamente favorables a una revolución democrática, ni tampoco ayudaba a clarificar que esta revolución democrática debía engarzar de manera ininterrumpida con una socialista, puesto que se refugiaba en la indefinición de la nostalgia tricolor.
De la Transición a la actualidad
Con la Transición y la entrada en el mercado europeo y la OTAN, España como Estado imperialista termina de modernizarse, sus capas medias son incorporadas al juego burgués imperialista, y la línea de la revolución democrática queda desfasada en lo fundamental, aunque, como en cualquier Estado burgués, queden tareas democráticas por resolver.
No obstante, se da un fenómeno peculiar. A pesar de que el PCE había pactado con Suárez y aceptado la monarquía para acelerar su legalización, con los cambios en la dirección del PCE y el nacimiento de IU a mitad de los años 80, se recupera el discurso republicano, de la revolución democrática, del frente popular y, en algunos dirigentes, hasta de una supuesta liberación nacional. Se trata de la justificación de una línea enteramente reformista que sigue manteniéndose en la actualidad: ensucian la memoria de la guerra antifascista para defender su participación en el gobierno, alegando que su gobierno llevará a una república -inequívocamente burguesa- en la que las movilizaciones sociales llevarán a grandes conquistas. Evidentemente, este cambio encajaba bien con el reformismo parlamentario, permitiéndole marcar diferencias con el PSOE y sobrevivir con una estética resultaba transgresora en un país que cerraba filas en torno al mito fundacional de la monarquía en la Transición.
Ahora, que el PCE ha conseguido entrar en el gobierno, no ha hecho más que posicionarse como si no estuviera en éste, y han actuado como el partido socialdemócrata que son, sin conseguir, tan siquiera, alguna mejora social. En el imperialismo estancando en que nos encontramos ahora, el reformismo tiene cada vez menos margen de maniobra y se evidencia su naturaleza de sostén social de la oligarquía financiera.
Por otro lado, algunos grupos comunistas españoles todavía reivindican estas líneas, incluso prácticamente sin alterar la de los años del Frente Popular.
En la actualidad, podemos ver como el republicanismo también es defendido por organizaciones comunistas autodenominadas antirrevisionistas. Por un lado, tenemos la línea republicana del actual PCE (m-l) con una imagen más folclórica, que consiste en las mismas posturas que mantenían en la década de los sesenta (la revolución democrática nacional), pero con tendencias electoralistas más acuciantes. Defienden la constitución de una República Popular y Federal como una etapa intermedia a la construcción socialista, a la vez que reconocen que España es una potencia imperialista de segundo orden. En esta última línea, justifican una evidente contradicción entre caracterización del estado y estrategia revolucionaria, tergiversando el papel de la monarquía española en las relaciones actuales de explotación.
Por otra parte, tenemos también el republicanismo del PML (RC), que se basa en el programa de la guerra antifascista de los años 30, el cual se ha actualizado unilateralmente en algunos aspectos, pero que mantiene la misma estrategia. En este caso, especifican que la constitución de una República Popular y Federal tiene que estar encaminada hacia el socialismo. La justificación política de su etapismo es que aún se tienen que eliminar resquicios de feudalidad en los que se enmarca, entre otros, la monarquía. Por otra parte, su argumentario también se basa en que son necesarias tareas de desarrollo económico, cosa que en un contexto imperialista termina derivando en posiciones socialchovinistas.
Es decir, España es una potencia imperialista consolidada de segundo orden, que se terminó de modernizar mediante la entrada a la OTAN y las relaciones mercantiles con la UE. La contradicción principal a resolver como revolucionarios es aquella que tiene que ver con la clase obrera y la burguesía, cuyo poder se manifiesta a través del estado, ya sea en forma monarquía parlamentaria o república. Nos encontramos un imperialismo desarrollado y, además la burguesía mediana y grande están integradas en las redes del capitalismo monopolista, imposibilitando una voluntad de ruptura con el sistema. Todo esto hace que no sea necesaria una revolución democrática como paso previo para la construcción socialista. Por lo tanto, no podemos ser indefinidos a la hora de explicitar qué forma tiene que tomar la revolución en el Estado Español, como explicaremos en el siguiente apartado.
Los comunistas y la cuestión republicana en la actualidad
La monarquía de hoy día no representa a una capa aristocrática. Es el resultado histórico del proceso de construcción imperialista en España. En un inicio era una garantía para los antiguos gobernantes franquistas, después sobrevivió al convertirse en un representante del Estado en momentos en que era relativamente sólido, y hoy está degenerando a marchas forzadas para ser una figura principalmente representante de sectores abiertamente reaccionarios.
Es normal que las masas estén en contra de la monarquía y es normal que asocien el antifascismo a la estética republicana, dado que en la guerra civil el bando antifascista utilizó esta simbología. No obstante, las masas saben que la monarquía no juega un papel esencial en su explotación, y son conscientes de que una transformación política hacia un modelo republicano similar al francés o al italiano no cambiaría su situación en lo fundamental. Es por eso que el movimiento republicano, no como sentimiento sino como movimiento político de masas, es prácticamente inexistente, y las banderas tricolor aparecen más asociadas a luchas antifascistas, a anhelos progresistas de cambio o como respuesta al chovinismo español.
Que entendamos que el uso político de la bandera rojigualda representa al Estado e ideas reaccionarias como el chovinismo, no significa que debamos alentar la nostalgia republicana. El discurso filo-republicano por parte de las fuerzas revolucionarias genera confusión respecto a la naturaleza socialista de la revolución que es posible en España; genera confusión respecto a la relación que deben tener las masas con el Estado; genera ilusión en el camino reformista y confunde sobre el enemigo principal. Es evidente que el sentimiento republicano en las masas tiene un carácter progresista, pero si queremos construir un proyecto emancipatorio propio para la clase obrera es necesario deslindar caminos con el reformismo con total claridad, y para ello es fundamental tener como elementos políticos clave la Revolución y el Socialismo.